lunes, 21 de septiembre de 2009
domingo, 20 de septiembre de 2009
miércoles, 16 de septiembre de 2009
La conquista del encofrado
Era un jueves a la tarde como cualquier otro, de invierno tirando a primavera. No hacía frío, no hacía calor. Caminaba con el paso ligero, ansiosa por ver con qué me iba a encontrar, la búsqueda de lo desconocido me atraía, tenía un rumbo pero no un destino final. Crucé la 9 julio para adentrarme en las entrañas asfaltadas del microcentro. Decidí tomar la calle Florida para tomar más velocidad, la expectativa iba creciendo. Siempre que camino por Florida me siento turista, esta vez más que nunca, me sentía observada, incómoda, como si los otros supieran que yo no sabía a dónde estaba yendo. Los otros pasaban con un andar pesado y constante, y los turistas, como yo, con un andar torpe y curioso. Cambio, casa de cambio, sacapelusas, una moneda, cambio. Las voces se sumaban al sonido arrastrado de los pasos cansados y al de los tacos punzando las baldosas, interrumpidos únicamente allí donde cruzaban los autos, donde el caminante se ve obligado a esperar.
Vi el cartel de la calle Mitre entre las marquesinas coloridas, estaba cerca. Seguí caminando, dejando atrás al torrente de peatones. La calle se encontraba casi desierta, me llamó la atención porque era un día de semana en horario laboral. Los edificios me veían pasar y yo los miraba esperando que me den alguna señal, que me guiñen un ojo, que me apunten en una dirección. Unos metros antes de llegar a Reconquista lo vi. Es inconfundible. En 5 años de carrera lo había visto sólo en fotografías (si, sin comentarios). Tenía que ser o quería que sea, había llegado a Reconquista al 100.
Se supone que la mejor manera de entender la Arquitectura es vivirla, caminarla, visitarla. Viéndolo en planos y fotografías me resultaba muy difícil comprender cómo era posible semejante obra. En vivo y en directo no se me disiparon estas dudas: no entiendo el banco de Londres. ¿Cómo salieron volando las partículas de pensamientos de la redonda cabeza con anteojos a medio poner de Clorindo y se depositaron en la esquina de Reconquista y Mitre? Los pesados chorros de hormigón que colgaban sobre mi cabeza me dejaron sin habla. Es como un atisbo del futuro en el pasado. Me imaginaba pequeñas navecitas como cápsulas entrando en los orificios del hormigón. El colosal esqueleto de hormigón dejaba pasar la calle, el aire y la luz dentro de la nave. Me producía vértigo y confusión, pero sobre todo admiración. El arte del encofrado elevado a su máxima potencia. No estaba realmente segura si ése era el edificio que debía visitar, pero no lograba apartarlo de mi vista, la cámara disparaba sola. El sol de la tarde intentaba acariciar la piel gris y áspera del hormigón, creando contrastes, quedando partes ocultas en la sombra y partes quemadas por la luz. Como una máscara negra, la carcasa dejaba entrever espontáneamente enmarcados detalles de los edificios circundantes.